Texto de Luis López Galán incluido en abril de 2014 en la serie de cafés viajeros de Espresso Fiorentino. Al salir del moderno Aeropuerto de Ménara el aire cálido de media tarde se mezcla con las voces de conductores y taxistas que en una sorprendente variedad de idiomas reclaman nuestra atención para resultar elegidos en nuestro viaje al centro de la ciudad. Gracias a los conocimientos negociadores que los avatares de diferentes caminos y aventuras han ido dejando en nuestra experiencia viajera conseguimos un buen precio y una mala cara durante todo un trayecto lleno de contrastes, arena, siluetas rojizas, palmeras y camellos. La Avenida Mohammed V atraviesa una amalgama de edificios de corte moderno junto a otros más antiguos que van tomando el paisaje según nos aproximamos al centro de la ciudad y a Gueliz, la zona más moderna y occidental. Dejando ésta y sus tiendas y restaurantes a nuestra izquierda, el final de la avenida se desdibuja en el ambiente entre jardines sacados de las mil y una noches y la imponente Mezquita Kutubía, que desde su alminar observa cómo Marrakech se reencuentra con su esencia más pura, sus leyendas y su belleza milenaria. Incluso con más intensidad de la que esperábamos la magia de Marrakech se abre majestuosa ante nuestros ojos como un oasis en mitad del inmenso y brillante dorado del desierto. Prácticamente en mitad de la avenida y sin otra opción debido al embotellamiento de vehículos, el taxi nos abandona a nuestra suerte y es ahora cuando por primera vez la autenticidad de Marruecos se apodera de nosotros. Marrakech y su olor a menta, especias, fuego, mercado y vida se hacen una misma esencia que se transforma en el olor que lo impregna todo, desde el aire hasta el alma de cualquiera que ponga el pie en su suelo rojizo, como nosotros acabamos de hacer. Cruzamos la calzada rodeados de hombres de chilaba y vendedoras de pulseras, collares y demás complementos envueltos todos en un alboroto constante que hace las veces de música de ambiente y un calor seco al que seguimos intentando acostumbrarnos. Dejamos el minarete de la mezquita a nuestras espaldas y tras cruzar una breve calle nos sumergimos sin darnos cuenta en la milenaria Plaza Jemaa el Fna, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Nada más entrar en la enorme explanada nos vemos rodeados por unos singulares adiestradores de monos con sus animales al hombro y por otros personajes ataviados con estrambóticos sombreros rojos de los que cuelgan algunas medallas que tintinean al chocar entre sí, todos ellos instándonos de nuevo en varios idiomas a no dejar pasar la oportunidad de fotografiarnos con sus mascotas y sus sombreros para el recuerdo. Sabiendo que la foto no será gratuita e intentando no llegar tarde a la cita para la que hemos llegado hasta este lugar, en nuestra huida chocamos con varias tatuadoras de henna y señoras que leen las cartas y las palmas de las manos desde el pequeño hueco en el que el burka enmarca sus profundos ojos negros perfilados con khol árabe, la cosmética particular de esta zona del mundo. Las señoras ya han tomado nuestras manos y ante nuestra resignación pasan sus dedos por las líneas de las palmas entonando algunas frases en árabe que no entendemos. Mientras tanto, a nuestro alrededor un peculiar dentista muestra las últimas muelas extraídas a tan sólo unos metros de un encantador de serpientes que hace lo propio rodeado de varias cobras negras, según dicen traídas del desierto, que parecen balancearse al sonido de su flauta. Cambiando al inglés, la señora de las manos nos da la enhorabuena ante nuestras caras de incredulidad por los dos hijos que vamos a tener y lo felices que van a ser nuestras vidas, según ha escrito el destino en nuestras manos. Al pagarle la buena ventura, las carcajadas de nuestro amigo Bachir a nuestras espaldas nos obligan a dar media vuelta para descubrirle parado entre la muchedumbre pasando un rato divertido a nuestra costa. Encontrarnos en mitad de la locura de Jemaa el Fna, al igual que hallar una aguja en un pajar, es algo que solamente un marroquí podría hacer. Bachir y sus amables maneras nos dan la bienvenida a Marrakech desde su centro neurálgico, la dinámica plaza de la que ahora nos será mucho más fácil salir gracias a la inestimable ayuda de nuestro amigo, una ayuda que comienza enseñándonos una nueva palabra que nos hará la vida más fácil durante nuestra estancia en su país: la negativa árabe 'la'. Si es cierto que en la vida debemos aprender a decir no, parece que hemos encontrado el momento y el lugar idóneo para ponerlo en práctica. Al buscar ya el camino de salida, Bachir nos explica que Jemaa el Fna no es una simple plaza, es otro mundo que desde hace milenios emana vida por sí mismo. Durante el día, vendedores y personajes como los que nos hemos encontrado agasajan a turistas que como nosotros caen en el lugar con dificultad de salir de él. Por la noche, sin embargo, la plaza se transforma y donde había encantadores de serpientes se levantan multitud de puestos de comida y bebida, músicos, tragafuegos y bailarinas de danza del vientre... o más bien bailarines, ya que anecdóticamente la mayoría de ellas son en realidad hombres disfrazados. Al llegar a uno de los lados de la plaza una serie de callejuelas se abren formando la entrada a lo que se adivina como el famoso bazar o zoco de Marrakech. La visita a un lugar como éste requiere de una preparación mental previa para evitar experiencias incómodas. Adentrarse en las angostas calles de los bazares implica convertirse ineludiblemente en el centro de interés de comerciantes y vendedores que han aprendido desde su infancia a ganarse la vida llamando la atención y regateando hasta la extenuación a visitantes y curiosos a los que seguramente les será complicado salir con las manos vacías y el monedero lleno. Sin embargo, perderse en los mercados es una experiencia tan maravillosa que agradeceremos la preparación mental que nosotros ya hemos hecho, la de respirar lentamente, ser paciente y mantener la calma devolviendo siempre una sonrisa a lo desconocido. Si hay algo que debemos aprender a lo largo del camino es que a veces una sonrisa es la mejor llave para abrir las puertas a priori más duras y complicadas. Con este pensamiento seguimos muy de cerca a Bachir para perdernos en una vorágine de lámparas con cristales de colores, chilabas de bordados dorados y tintes brillantes, alfombras con motivos árabes, inciensos, hierbas y especias de mil y una tonalidades diferentes. Entre puestos de menta y naranjas y tiendas de zapatos y bolsos de cuero el olor de Marrakech alcanza su mayor intensidad convirtiéndose en un todo imposible de olvidar. Sin perder de vista a Bachir, continuamos el recorrido aventurándonos por callejones inesperados repletos de joyas doradas, burkas y diversos utensilios desconocidos que en su día debieron dar forma al brebaje de alguna hechicera árabe. Bachir prefiere dirigirnos raudo y veloz al lugar que parece buscar entre el gentío y las confusas travesías sin darnos tiempo a perdernos en mitad de la medina (también Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO), algo que no parece demasiado complicado. De repente una apacible plazuela se apodera del espacio que antes sólo ocupaban los millones de objetos en esa especie de horror vacuimarroquí que forman las paredes de los bazares y Bachir, sonriente y satisfecho, señala uno de los pequeños edificios que encuadran el espacio en cuyo letrero podemos leer 'Café Des Épices'. Parece que hemos llegado a nuestro destino. El café de las especias, luminoso y con olor a café y a menta guarda sin embargo el as en la manga que conforma el tesoro mejor guardado del local: su terraza en la azotea, a la que subimos de uno en uno a través de una estrecha escalera. Al aproximarnos al extremo de la misma e intentando que nuestros ojos se acostumbren a los cegadores rayos del sol, el sonido de la ciudad nos envuelve ya en una extraña sensación de calma en plena tormenta. Engañando al sol alrededor de una de las mesas que descansa bajo una sombra en la terraza, Bachir toma asiento y nosotros, obedientes, imitamos sus pasos. La temperatura desciende bajo la leve penumbra mientras nuestro amigo emplea algunos minutos para actualizar su situación actual en ese reencuentro de recuerdos y sentimientos que se produce entre los amigos que dejaron de verse. Sin saberlo, Bachir también está esperando a que la temperatura sea la óptima para probar una de las tradiciones más antiguas y populares del país: el famoso té marroquí o té de menta. Para los marroquíes, la preparación del té es un símbolo de hospitalidad y su preparación mezclando té verde y menta, que a primera vista puede parecer sencilla, representa todo un proceso con el que sólo los que cuentan con una gran experiencia pueden conseguir el verdadero té de Marruecos. Nuestro amigo y anfitrión se pone manos a la obra cuando llega nuestra tetera plateada y son hasta seis las veces que contamos cómo vacía todo el agua del recipiente en uno de los vasos y lo devuelve a la tetera para conseguir que el té, la menta, el azúcar y el agua se mezclen por completo. La temperatura del té es extremadamente elevada en otra de las formas que Marruecos tiene de advertirnos que la vida se debe disfrutar con calma entre sorbo y sorbo. Marrakech puede sorprender por su aroma y sus calles o por esconder toda una filosofía de vida en un vaso de té. Otro de los puntos claves de la gastronomía marroquí son sus dulces y aunque nuestro amigo suele tomarlos con un café muy popular en el país, el 'ness ness' (mitad de leche, mitad de café), no quiere dejar pasar la oportunidad para que probemos algunos de sus favoritos, como las galletas fekkass and ghriiba y los exquisitos cuernos de gacela, con pasta de almendras. Con los primeros sorbos del dulce té incluso el azul del cielo parece mucho más brillante y Bachir comienza a elaborarnos el itinerario de la denominada Ciudad Roja, una de las más importantes del país desde su fundación oficial en el año 1062 y sin duda la capital turística de Marruecos. Marrakech ha crecido tanto a lo largo de su historia y se ha ido modernizando de una manera tan desigual que es normal encontrar multitud de contrastes a cada paso. Pasear por los callejones apretados de la medina al son del 'adhan' (la llamada a la oración desde las mezquitas) es algo que en Marrakech se puede combinar con fiestas en discotecas tan populares como Nikki Beach o Pacha. Volviendo al tour, la ciudad tiene algunos puntos imprescindibles que ya hemos visto, el suq o zoco y la plaza Jemaa el Fna, pero también cuenta con otros como el Palacio Bahía, la mayor representación de los estilos islámico y marroquí en la ciudad, los Museos de Marrakech y de Dar Si Said de artes marroquíes, los Jardines Majorelle y de Menara, el palmeral, las ruinas del Palacio El Badi y quizá los dos puntos más interesantes: la madraza o escuela Ben Youssef y las tumbas Saadíes, un pequeño cementerio de una belleza arquitectónica muy importante donde está enterrada la Dinastía Saadí. Entre todo ello también hay que dejar hueco para vivir y disfrutar la exquisita cocina marroquí y para realizar alguna visita a la cercana ciudad de Essaouira, una fortificación llena de colores a la orilla del mar y si tenemos (mucho más) tiempo llegar hasta Ourzazate y Merzouga, la puerta del desierto del Sahara para adentrarnos en él a lomos de un camello y disfrutar del impresionante cielo nocturno entre las dunas. El sol va cayendo lentamente sobre las torres lejanas y los tejados y puestos de la medina de Marrakech. Atraídos por el hermoso color que va adquiriendo el cielo volvemos al extremo de la terraza junto a Bachir para desde allí, envueltos en la llamada al rezo de las mezquitas más cercanas a nuestro Café de las especias y con el zoco acabándose las últimas horas del día, ver cómo la ciudad va transformándose a nuestros pies con su propia magia hasta adquirir ese aire seductor y exótico que a tantos viajeros ha apasionado a lo largo de una historia en la que Marrakech ha sido todas y cada una las mujeres del harem. Mientras a nuestras espaldas una nueva tetera de plata nos espera llena de menta, nostalgia y enseñanzas inesperadas, frente a nosotros Marrakech despliega su encanto una vez más para grabar a fuego en nuestra memoria las tres palabras que definen la filosofía de vida marroquí y que nuestro amigo Bachir nos susurra con su media sonrisa para que nunca se nos olviden: la prisa mata. Disfruta de más aventuras viajeras en Espresso Fiorentino.
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