Luis LÓPEZ GALÁN Artículo publicado en El vuelo de la lechuza, diciembre 2021 Una tarde de octubre de 1945, los alrededores del parisino club Maintenant hervían con un público impaciente a la espera de la apertura de puertas del local; la Segunda Guerra Mundial había terminado y la fila de gente aguardaba con temple para asistir al discurso de un Jean-Paul Sartre que, cuando llegó el momento, necesitó abrirse paso entre la multitud a empujones y con alguna que otra silla rota a su alrededor. Ya sea mito o realidad lo que ocurrió entre el gentío aquella tarde, lo cierto es que ese discurso de Sartre en Paris se acogió con expectación y se entendió como un propósito: el de buscar una reflexión independiente, una nueva meta moral que se diferenciara de la metafísica tradicional y de las dos grandes corrientes de su tiempo, comunismo y cristianismo. Su discurso surgió desde una base concebida previamente, que se creó para simplificar de alguna manera lo que él ya había expuesto en la obra “El ser y la nada”. En “El existencialismo es humanismo”, como se tituló a esta conferencia, Sartre comienza apuntando a las críticas realizadas en contra del existencialismo, corriente planteada en aquellos momentos por él mismo junto a otros pensadores, como Simone de Beauvoir o Albert Camus. Dice que, en el devenir del desarrollo de su planteamiento existencialista, se han venido dando una serie de análisis erróneos a los que pretende dar respuesta, razón principal para el evento filosófico de aquella tarde en París. Estas críticas al existencialismo, enumeradas en el discurso, son: que se empeña en el lado negativo de la vida, en su “lado malo”; que no lleva a actuar y quiere que el individuo se quede “quieto”; que no da pie al desarrollo del espíritu comunitario de la humanidad; que, al negar la existencia de valores a priori, conduce a una especie de anarquía. Sartre llegó al Maintenant dispuesto a dar respuesta a todas a ellas.
El existencialismo, basado en el “yo pienso” de Descartes, es definido por él como la filosofía que entiende que la experiencia precede a la esencia, ahora bien, ¿qué quiere decir con esto? Podemos explicarlo negativamente: la naturaleza humana (o su esencia) no existe antes que el humano, así como no existe una idea de Dios creador o demiurgo-artesano que haya construido el mundo con sus manos, ni tampoco una lista de valores naturales que debamos cumplir siguiendo una ley moral-natural. El individuo se da cuenta de que piensa, se da cuenta de sí mismo, y de esa nada comienza a construir y definir su vida: «empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo y después se define»[1]. Lo que esto nos dice es que el individuo va a llegar a ser lo que elija para sí mismo que ha de ser, que su “proyecto de vida” depende de él. Al darse cuenta de sí mismo, al pensarse, el individuo también se percata de su soledad (ausencia de un dios padre, de un ente preexistente), e incluso de su abandono. Soledad y abandono, sin embargo, se transforman en Sartre en la libertad del individuo para conseguir una interpretación de lo que le rodea y tomar decisiones propias. Una libertad que, por otro lado, no deja de ser condenatoria: estamos obligados a ejercerla, a elegir entre la tesitura del bien y del mal. Queramos o no, incluso si nos desentendemos, estamos tomando una elección. Dice Sartre: «la vida no tiene sentido a priori. Antes de que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a ustedes darle un sentido, y el valor no es otra cosa que ese sentido que ustedes eligen»[2]. Con lo anterior, dos de las críticas han sido ya negadas: el existencialismo no invita a la quietud, sino que estima que se deben tomar acciones precisamente porque nadie más las puede tomar por nosotros, y no está empeñado en el lado negativo de la vida, sino que se percata de que somos nosotros quienes debemos construírnosla y asumir las consecuencias de lo construido. Pero ¿dónde queda el carácter comunitario del ser humano y cómo explica que el existencialismo no lleve a la anarquía? Sartre dice que el individuo toma sus decisiones de manera responsable con respecto al resto de individuos; cuando elegimos el tipo de persona que queremos ser, el resultado no solo nos afectará individualmente: lo hará a toda la humanidad. De ahí que hayamos de hacerlo preguntándonos siempre qué pasaría si todos eligiésemos tal camino; entonces estamos haciéndolo con carácter comunitario y, todos juntos, estamos construyendo una escala de valores, algo que se aleja de lo anárquico. Un último planteamiento se vislumbraba para Sartre a la hora de realizar su discurso en París: ¿por qué vincular el existencialismo con el humanismo? Quedaba claro que el suyo no era un pensamiento como el del discurso[3] de Pico della Mirandola, que posiciona al individuo como centro del universo, o el de Kant, donde la humanidad se determina desde la moral, desde la “buena voluntad”[4], pero no dejó la oportunidad de llamarlo también así porque en el existencialismo el mayor proyecto es el que hace el ser humano, es el ser humano en sí mismo: «humanismo porque recordamos al individuo que no hay otro legislador que él mismo y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo.»[5] [1] Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (Edhasa, Los libros de Sísifo, 1999) [2] Ver Nota 1 [3] C. Goñi, Pico della Mirandola. Discurso sobre la dignidad del hombre (Arpa ed., 2020) [4] I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Austral, 2016) [5] Ver Nota 1
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