Texto de Luis López Galán para sunsetparadiso en septiembre de 2012 Yo no soy cupletista. Tampoco soy cancionetista Yo soy Raquel Meller Los tempranos años 20 brillaban con el esplendor del arte, las letras y la música en la España de Joselito y Belmonte. La farándula y el señorío se mezclaban en el madrileño Café Gijón o en el de los Pájaros y hasta allí llegaban los ecos que pregonaban los amores y desamores, las penas y las alegrías y, sobre todo, la ausencia en la mirada de Raquel Meller. La cupletista nació en Tarazona en marzo de 1888 y a lo largo de su juventud se convirtió en una de las artistas españolas más reconocidas a nivel internacional, llenando los teatros de ciudades como Madrid, Barcelona, Buenos Aires, Nueva York, Paris o Los Ángeles. Sin embargo, Raquel Meller creaba a su alrededor el halo de misterio que aparece en las vidas de las grandes divas del celuloide. Todo el que se envolvía en su mirada parecía descubrir la historia de su ausencia, cómo se alejaba del mundo, la manera en que intentaba apartarse del revuelo que causaba. Esa ausencia se materializó cuando, después de su exilio en Argentina durante la Guerra Civil, la copla comenzó a despuntar en la cultura musical de la España de la posguerra, olvidándose del cuplé y, poco a poco, de la Meller, por fin ausente del mundo. En 2012, la Biblioteca Nacional le rindió un merecido homenaje en Madrid con la muestra ‘El mito trágico de Raquel Meller’ ubicada en la Sala de las Musas. La exposición incluía la proyección de la película silente ‘Carmen’, sobre la obra de Mérimée, interpretada por la artista en varios escenarios españoles. Raquel Meller, en ocasiones olvidada, quedará para siempre guardada en el imaginario de una parte de la sociedad como la gran diva de mirada ausente.
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