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El Dios de Aristóteles: culmen al final de la escalera

11/30/2021

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Luis LÓPEZ GALÁN
Artículo
«Todo lo que se mueve es necesariamente movido por algo»; comienza el libro VII de la Física de Aristóteles, su formulación de la idea de movimiento que va a llevarle, en último término, a una culminación portentosa: los principios de Acto puro y Primer Motor Inmóvil, los mismos que conforman la idea aristotélica de Dios como concepto filosófico, pero ¿cómo llega Aristóteles hasta esa cima? Los escalones en su pensamiento formaron una escalera de teorías que le llevaron a culminar en un primer motor que, sin ser movido, mueve al mundo, que es sustancia primera y, para él, es Dios; un dios que se diferencia de las distintas ideas que hemos adquirido desde su época y hasta nuestros días, ya que «ningún lector contemporáneo de Aristóteles se atreve ya a atribuir al Estagirita tesis creacionista alguna». (T. Oñate, Para leer la Metafísica de Aristóteles)
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PRIMEROS ESCALONES: EN BUSCA DEL ACTO PURO 
 
El bastón sobre el que se apoya en la subida es la definición de una de sus teorías más importantes, la del acto y la potencia; con ella, además, el filósofo trató de resolver el problema del ser y del movimiento que en los siglos anteriores se había ido retorciendo alrededor de las figuras de los presocráticos Parménides (y sus continuadores eléatas) y Heráclito, dando lugar a lo que parecían túneles sin salida en el asunto del ser. Heráclito exaltó la realidad del cambio y, en contraposición, Parménides sostuvo la postura radical de que el cambio era imposible, ya que implicaría que el ser habría surgido del no-ser o la nada, y de la nada… nada sale. Aristóteles concluye: un ser puede encaminarse a otro tipo de ser, ser en potencia o ser en acto. 

Así, “ser en acto” vendría a ser “lo que se es” actualmente, ahora, y “ser en potencia”, “lo que no se es” ahora, pero se puede llegar a ser. Por ejemplo: una semilla, en potencia, puede ser árbol; de hecho, sin ser árbol, la semilla tiene características de éste que todavía no están actualizadas; cuando se las actualice, se producirá el cambio, la actualización de la potencia. El planteamiento de Aristóteles deja a un Parménides que habría estado equivocado al negar la realidad del ser en potencia, y a un Heráclito que habría pecado de lo mismo con el ser en acto. A partir de esto, llega el Estagirita a la conclusión de que la realidad es siempre “en acto”; el acto ya es, mientras que la potencia, para llegar a ser, necesita ser actualizada. En el contexto teológico que nos ocupa, el concepto de Dios buscará ser en Acto puro. Continuamos ascendiendo.

PRIMER MOTOR INMÓVIL Y SUSTANCIA ETERNA
 
Tras la frase ya mencionada («todo lo que se mueve…»), Aristóteles añade: «es imposible que la serie de motores que son movidos a su vez vaya al infinito, puesto que en la serie infinita no hay ningún primero»[1], es decir, no es posible que exista una cadena infinita en la que un motor sea movido a su vez por otro sucesivamente y para siempre: debe existir un primer engranaje para esa cadena, donde comienza, lo que todo lo mueve sin ser movido. A este elemento lo llamamos Motor Inmóvil y él sólo puede ser acto, la potencialidad se inclinaría al cambio, y él no se mueve. El Primer Motor Inmóvil es también Acto Puro, el vínculo asombroso entre las dos teorías aristotélicas definidas hasta ahora. «El Acto puro es una conclusión de los conceptos básicos del aristotelismo»[2].

Sobre el Motor Primero podemos leer en la Física, pero allí no se nos dice que este principio sea un dios, ni mucho menos algo parecido a lo que nosotros, hoy, entendemos por un dios. La Física, con las teorías del movimiento, constituye la primera etapa de un mismo proceso demostrativo que continúa en la Metafísica, cuando Aristóteles se propone demostrar que existe una sustancia separada, inmóvil, eterna e incorruptible. La palabra clave es sustancia, “ousía”, entendida como la forma misma del ser. El filósofo establece tres clases de ella: terrestres, celestes y una superior (inmóvil, no corruptible, eterna). La sustancia tiene aquí importancia capital: sin ella, nada más puede existir; no podría haber movimiento si no hubiera sustancia, porque el movimiento mismo se compone de ella. Así, si no hubiera tampoco una sustancia eterna, no habría nada eterno, todo sería corruptible. Como el movimiento es eterno, tiene necesariamente que existir una sustancia eterna.

Aquel “algo que mueve sin ser movido” se complementa ahora, por tanto, con su definición como sustancia eterna; para Aristóteles, «esto es Dios (…), de este principio penden el cielo y la naturaleza»[3]. Ese esto es Dios es el final de la escalera teológica aristotélica, la cima a la que han conducido los peldaños del principio de movimiento, acto y potencia y la sustancia primera. Sin embargo, ¿es este un Dios como lo entendemos en nuestra actualidad?

DIOS COMO CONCEPTO FILOSÓFICO

Para Aristóteles «Dios y el mundo coexisten, distintos e independientes, desde toda la eternidad»[4], y por esto, el pensamiento del Estagirita concibe al ser como eterno y se preocupa, no por encontrar un principio ontológico, sino uno de movimiento de los seres, de Dios como causa de esto último. El Dios aristotélico es un principio físico, no un ente creador, es, para nosotros, un concepto filosófico, no un elemento dogmático.

Habiendo sido discípulo de Platón, nos resulta irresistible no relacionar su idea de Dios con aquella de la Idea del Bien de su maestro, pero Aristóteles se aleja de él, como en otras ocasiones, y rompe con su dualismo: el Primer Motor Inmóvil no ordena el mundo, como sí haría el Demiurgo platónico imitando el mundo de las Ideas. El Dios aristotélico vive absorto en sí mismo, es pensamiento embebido en pensamiento, “nóesis noéseos”; las cosas, nosotros, hemos surgido gracias a eso, pero él no puede pensar en nosotros, no es, por tanto, un dios personal, no nos cuida, ni nos protege, ni crea el mundo que nos rodea, todas estas concepciones vendrán después y con muy distintas interpretaciones. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino se apoyará en ellas para refutar sus vías de la existencia de Dios, pues la de Aristóteles, que a pesar de todo llega a la idea de Dios, a ese final de nuestra escalera, es una vía absolutamente racional: llegamos a ella únicamente con el uso de nuestro intelecto, de nuestra razón.
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Dios en el pensamiento de Aristóteles, por tanto, no contiene vinculación alguna con prácticas religiosas, con dogmas, no es una divinidad a la que venerar ni tiene las características de lo que, en nuestra cultura, en nuestro país, en nuestra sociedad entendemos como noción de Dios. En Aristóteles, Dios es un concepto filosófico, una condición que necesitamos para explicar los asuntos del mundo en sí mismo, una tesis explicativa.


[1] Aristóteles, Fís. VIII, 5

[2] G. Fraile, Historia de la Filosofía Antigua

[3] Aristóteles, Metafísica, XII 7, 107a20-25

[4] G. Fraile, Historia de la Filosofía Antigua
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