Luis LÓPEZ GALÁN Artículo Los laberintos de la etimología suelen llevarnos a callejones a priori desconocidos para nuestro modo habitual de hablar; existen términos, palabras, que utilizamos sin atender a su significado o procedencia hasta que, de súbito, su significado o procedencia nos rodea y cambia la perspectiva. Tal es el caso de la palabra «idiota», una de tantas que proviene de aquellos años de infancia de nuestro pensamiento, de la Grecia clásica que sentara las bases occidentales siglos atrás. Eran los tiempos de las polis, las ciudades organizadas en torno a la cooperación entre vecinos, al orden cívico que dividía a los individuos en distintos grupos sociales, cada uno de los cuales discurría de una determinada manera para que los otros pudieran también seguir haciéndolo. Para concretarlo un poco más, este viaje se encamina hacia la época en la que la democracia ateniense alcanzó sus más altas cimas. En este contexto, y como Aristóteles sentenció, los ciudadanos, por serlo, eran también “animales políticos”; no se entendía la vida si esta no ocurría en comunidad, ni se entendía el fin que debíamos lograr alcanzar por el mero hecho de estar vivos (es decir, la felicidad), si esta no era compartida. La idea de individualismo era todavía inexistente para la sociedad de aquel momento y no llegaría hasta mucho después, de ahí que participar en la política, en la vida pública y comunitaria, se convirtiese en algo esencial.
Aquel que no participaba en esa vida política de la polis, por tanto, que permanecía al margen, no estaba intentando trabajar en lograr que su vida alcanzase el mayor objetivo de todos, ser feliz, ni tampoco que, por consiguiente, el grupo, la comunidad, lo consiguiese. Estos eran los idiotas (ιδιωτης), preocupados únicamente en asuntos particulares. Con la llegada del latín, la palabra permaneció cercana a ese significado suyo, pero se radicalizó para referirse a una persona que carecía de educación, una ignorante. Ahí resuena ya lo que todos pensamos del término en la actualidad. Ahora, en nuestro tiempo individualista, donde la autonomía personal prima sobre todas las cosas para, por ejemplo, poder lograr cimas sociales como los Derechos Humanos, quizá veamos lo anterior nada más que como una anécdota jocosa. La anécdota, sin embargo, invita también a la reflexión: en un mundo en cambio constante, donde la unión entre sociedades es cada vez más difícil de conseguir, volver la vista a la importancia de la vida en comunidad puede ayudarnos a continuar creciendo, precisamente, como sociedad. Dejemos de ser idiotas.
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Junio 2022
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