Luis LÓPEZ GALÁN Artículo. La frontera entre Zambia y Zimbabue es conocida a nivel mundial por acoger una de las maravillas naturales del mundo: las Cataratas Victoria. Sin embargo, estas son la interrupción del cuarto río más largo de África, el río Zambeze, que merece una mención por sí mismo. El río conforma un espectáculo de paisajes verdes y animales peligrosos. En concreto, del más peligroso del mundo: el hipopótamo. El paseo en canoa es en el río Zambeze una aventura apetecible a simple vista y una de las actividades que ofertan los lodges de la zona. Con toda probabilidad, también la más peligrosa, pero uno no piensa en eso y sí en la posibilidad de vivir un río inscrito en el imaginario romántico, en el encuentro con animales salvajes en su hábitat. La actividad comienza con una (muy) breve clase práctica de canoa o kayac en una orilla que, según el monitor informa, pertenece ya a Zimbabue, país vecino. Tras esto y con los chalecos salvavidas colocados (oye, algo es algo), los aventureros toman sus canoas y van siguiendo despacio a la del monitor, quien porta un salvavidas y un walkie talkie a modo de protección. Que necesitaríamos más que eso era probable, dado que el río Zambeze está repleto de hipopótamos, considerados como los animales más peligrosos del mundo. Quizá eso debió darnos pistas. Los primeros minutos fueron, he de decir, apacibles, tranquilos, con el río en calma ofreciendo vistas preciosas de distintas aves y de algún que otro cocodrilo disfrutando del sol en las orillas. Pero la paz tenía que terminar, y lo hizo cuando la primera manada o familia de hipopótamos apareció a un lado del río. Se trataba en ese caso de una familia de hembras y crías protegidas por el macho alfa, una de las situaciones más peligrosas debido a que la naturaleza agresiva de este animal se agudiza cuando se trata de proteges a los más pequeños de amenazas externas, a saber: nosotros y nuestras canoas. Las indicaciones del monitor eran ahora que navegásemos más rápido intentando dejarlos atrás, que no nos dirigiéramos hacia ellos en ningún momento, salir pronto de aquella zona del río. Así lo hicimos, dejando a nuestras espaldas sus ojos saliendo del agua, observándonos con detenimiento. Pero había más. La aventura en canoa duraba unas dos horas, demasiados minutos expuestos a las miradas de feroces de los hipopótamos, pero ya poco podíamos hacer, metidos en faena. Menciono a menudo sus ojos porque tenerlos tan cerca da miedo. Da bastante miedo. Otra de las situaciones peligrosas en las que encontrarse con un hipopótamo, si es que no todas lo son, es si están solos, pues la paradoja Indica que el animal puede también temernos a nosotros, a ese factor extraño navegando las aguas de su río. Él no sabe que lo único que queremos hacer nosotros es huir, y eso es un problema. En una de esas, un hipopótamos que a mí me pareció gigantesco (lo son) se aproximaba hacia nosotros corriendo en la orilla. Sí, corren, y mucho. Su carrera se mezcló con la nuestra para salir a toda prisa de allí, a marchas forzadas y remando sin parar para quitarnos de su camino. En ese caso existen dos opciones posibles, siempre de acuerdo con lo que nuestro guía nos narró después: que el hipopótamo quiera escabullirse nadando o que le dé por atacar para defenderse. La primera de ellas, para nuestra fortuna, fue la que se cumplió. El susto y las prisas llevaron nuestras canoas hasta una zona amable del río donde un elefante comía tranquilo. Los elefantes no son animales dóciles, pero después de lo acontecido su imagen nos pareció celestial. El final de la aventura se trató de evitar manadas y de huir de los ojos de los hipopótamos, pero también de disfrutar de los paisajes, las aves, los sonidos, el cielo azul.
Es difícil extraer una lección en este tipo de ocasiones. ¿Es navegar entre hipopótamos algo a recomendar? Por la propia seguridad del humano al que aconsejes, no. Por las vivencias de la única vida que va a vivir... sí.
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