Luis LÓPEZ GALÁN Publicar Los ojos de Jawara (ya disponible) ha sido una especie de catarsis personal, y eso que el texto llevaba escrito cinco largos años al momento de ver la luz, un lustro acumulando polvo virtual en las carpetas de mi ordenador portátil. Sacarlo de allí ha significado atreverme por primera vez a exponer mi narrativa y eso, lo quieras o no, te hace sentir vulnerable. Como le dije a mi amiga Andrea, me ha hecho sentir como si caminara desnudo por la Gran Vía madrileña. El viaje de Los ojos de Jawara me condujo a través de emociones íntimas, de esas que uno sólo puede escribir si es que quiere expresarlas, al menos yo, que me defiendo mejor con el teclado que con la garganta, o eso creo. Y eso, íntima, es lo que pensaba que era esta historia hasta que me decidí a publicarla, la consideraba algo mío, algo casi privado, poco más. Sus inicios, ese momento de hechizo en el que la idea surge (¡ese momento!) no fue tan privado, sin embargo. Ocurrió en una madrugada en Madrid y trabajando, cuando el bueno de Momo me habló con pasión de «la puerta sin retorno de la isla de Gorée» y el tema ya se me quedó dentro. Que Momo hiciera esto, que abriera esa puerta en mi imaginación, marcaría lo que cinco años después habría de pasar, justo después de publicar la novela.
A pesar de que no soy un gran introvertido, tampoco resulta sencillo escucharme hablar de mis textos en voz alta, de esas cosas que están haciéndome cosquillas por las entrañas y queriéndome salir por los dedos. No, eso es más complicado de explicar y yo tiendo a no complicar las cosas. Por eso, supongo que publicar uno de ellos fue una sorpresa para muchos de mis amigos, mi familia, mis contactos, un asombro que, de tan alegre, me ha conmovido. Ahí han estado mis guardianes —madre, padre, hermana—, como siempre, con ese «pase lo que pase» por bandera y, de repente, una cantidad de personas que, con toda sinceridad, no esperaba. A Los ojos de Jawara y a un servidor nos han arropado las (pocas) personas que leyeron la historia antes, hace años, y que ahora, sin pensárselo dos veces, lo han vuelto a hacer, las que han compartido un enlace en sus redes sociales casi sin saber de lo que les estaba hablando, las que han esperado a que el libro llegase a sus casas como si aquello fuese la mañana de Reyes Magos, las que han grabado vídeos, publicado fotos, subido creaciones a la red, sólo para mostrar interés y ayudar, las que han decidido comprarlo sin saber lo que escribo o no, o si escribo o no, las que han reaparecido o he hecho reaparecer y se lo han tomado como si los años no hubieran pasado. No sé hacia dónde lleva todo esto, pero sí que de momento ha merecido la pena. Es hermoso darse cuenta de que hay gente ahí fuera, en este mundo extraño, que si te viera desnudo en la Gran Vía no te arroparía, como respondió mi amiga Andrea, si no que se unirían a tu locura si rechistar. A todos, a todas, gracias: familia, Alba, Gemma, Pato, Tamara, Elena, Sergio, Dipika, Patri, César, Isabel, Verónica, Laura, Aarón, Alba, Craig, Riccardo, Silvia, María, Marimar, Betty, Fabi, Carolina, David, Angie, Bianca, Mary, Marta, Fátima, Paula, Cecilia, Iván, Javi, Marc, Álvaro y a los que me deje, que seguro que me lo perdonan.
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Junio 2022
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