Luis LÓPEZ GALÁN Jürgen Habermas (1929) es uno de los pensadores que más ha influido intelectualmente y también internacionalmente por su dilatada trayectoria y obra. Suyas fueron contribuciones como la teoría de la acción comunicativa o la ética discursiva, y estos fueron hitos de gran importancia en la teoría social y en lo que denominamos como “filosofía práctica” en nuestra era. Si estamos en un tiempo que se ha venido llamando “postmetafísico”, el trabajo de Habermas a este respecto ha sido el de tratar de llegar a una filosofía que pueda adaptarse a las nuevas circunstancias y también que las fundamente; una teoría social de carácter práctico que vincula su pensamiento con las tradiciones del marxismo en Occidente y con las ideas de los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Al leer “Una consideración genealógica acerca del contenido cognitivo de la moral” (1996) nos colocamos en un punto de partida muy determinado con respecto a nuestra sociedad, definida como postmoderna: consideramos que está profundamente marcada por el pluralismo y que ha perdido la capacidad unificadora que encontraba en tiempos antiguos en entes como los religiosos, que lograban aglutinar a todos los grupos sociales en uno solo, uno que compartía muchos aspectos de vida, especialmente valores morales. Con el siglo XVIII, esa autoridad de un solo ente sobre toda la sociedad se ve debilitado, se inicia el proceso de secularización y ocurre ese pluralismo social, uno que ahora debe buscar una alternativa a aquel dominio agrupador que tenía, por ejemplo, la religión. Ahora bien, las cosas han cambiado y, por tanto, esa nueva alternativa debe tenerlas en cuenta, debe cerciorarse de que la multiplicidad de los grupos sociales y todo lo que en ellos ocurre (distintos planteamientos religiosos, de valores, algunos incluso opuestos entre ellos, pero convivientes dentro de un grupo social) son correspondidos. Esa alternativa va a llegar en Habermas a través de lo que llama una ética discursiva, ya que lo único que mantiene unidos a todos esos grupos sociales es la «vida comunicativa, estructurada mediante el entendimiento lingüístico». Un proceso que sea capaz de cohesionar todas aquellas mediante una toma de decisiones sociales que implique a todos los entes de esa sociedad y, además, que esto ocurra de una manera igualitaria para que el grupo no llegue a excluir al “otro”, lo diferente. Los conflictos sociales entran en un ámbito discursivo, pueden ser solucionados “discursivamente”, siempre que la racionalidad de los muchos individuos se vuelque en la “acción del discurso”. Los dos puntos clave de la mediación, digamos, “política” en cuanto que social, van a ser la razón y el lenguaje.
El imperativo kantiano de universalidad pasa en Habermas ya no por pensar individualmente si eso que vamos a hacer sería bueno o no para toda la sociedad, sino por someter eso que vamos a hacer «a todos los otros con el fin de examinar discursivamente su pretensión de universalidad». Ya no es tanto lo que yo creo que puede ser universalizable, sino lo que se acuerde junto con los demás. Esto hace que lo que ocurra individualmente dentro de un grupo social, las creencias o los valores propios, no se pierdan, puesto que ha basado el discurso en la igualdad. Ahora bien, la base sobre la que se sustenta este planteamiento es una “frágil”, como dice Habermas, si bien él mismo enumera los pasos para fundamentarla: a) el principio discursivo, denominado “D”, se debe conceptualizar para que únicamente las normas que puedan ser “aprobadas” por todos los entes del grupo social, “todos los interesados” sean las válidas; b) para que eso ocurra, esos entes necesitan unas normas de argumentación (ya que dentro de un discurso lo que vamos a hacer es argumentar) que les de las pautas sobre cómo fundamentar normas morales. Este va a ser el principio de universalización, denominado “U”, pero en una versión que evite una «marginación de las (…) visiones del mundo de los participantes» y logre que los participantes estén abiertos a «revisiones de sus autodescripciones»; c) se debe interiorizar que el principio “U” proviene «del contenido implícito de los presupuestos universales de la argumentación». Cuando la argumentación comienza a practicarse por todos los entes de esa sociedad, unidos, ocurre una “cooperación” para llegar a los argumentos más válidos. Del proceso argumentativo, Habermas propone algunas propiedades que deben estar presentes a la hora de ponerlo en práctica, todas basadas en principios como el de igualdad (nadie con una contribución relevante puede ser excluido, todos tienen las mismas oportunidades) y el de una cooperación libre (todos deben inmiscuirse y que su libertad esté garantizada en cuanto a que no vaya a estar coaccionada por alguien más). Las “libertades comunicativas” son aquí derechos y obligaciones que Habermas llama “argumentativos”, pero que no van a ser en ningún caso morales. Esto lleva a aclarar que las anteriores pautas propuestas sirven únicamente para el proceso de argumentación, para llegar todos juntos a establecer las máximas que van a servir para nuestra sociedad, pero no para obligarnos a actuar de una determinada manera en cuanto a ellas cuando estas se hayan establecido como norma dentro del ente social. Gracias al carácter abierto y claro que al principio discursivo D le ha otorgado su base de principio de universalidad U, Habermas termina el artículo exponiendo que el proceso se podría extrapolar para la «deliberación de un legislador político o para los discursos jurídicos», ya que él fue un pensador que trató diferentes ámbitos, todos vinculados de alguna manera con la practicidad de las normas morales para el ente social.
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
Luis López Galánblog. ¿Tienes alguna propuesta? ¡Contáctame!
Archivos
Junio 2022
|