Luis López GALÁN Artículo. Ruanda es ese punto en el centro del mapa, en ocasiones inadvertido, de un verde que muchos no imaginan y decenas de sorpresas ocultas entre las colinas que salpican un territorio tan conciso como a veces uno debe ser en la vida, por aquello de no molestar demasiado. Una de esas gratas sorpresas es una de nombre pegadizo: Imigongo. Tras aterrizar en Kigali, capital rwandesa, es sencillo percatarse del hachazo de modernidad con el que el país decidió en algún momento cortar con el pasado: el centro de la ciudad está formado por edificios modernos, casi rascacielos, grandes avenidas y zonas comerciales. Muchos de esos edificios elevándose al cielo están medio vacíos, representando el ansia de un país queriendo destacar por encima del bien y del mal, pero eso es otra historia. Más allá de la modernidad, Ruanda es un país de pura costumbre donde la cultura africana brota entre las grietas del cemento con el que edificaron una nueva sociedad tras los convulsos tiempos del genocidio, en la década de los noventa. Uno de los mejores ejemplos es un tipo de manifestación artística que casi desaparece con esos eventos turbulentos, pero que los rwandeses —las rwandesas para ser más exactos— han sabido mantener y transmitir de generación en generación, un arte que se elabora con un elemento muy particular: el estiércol de vaca. Hablo del Imigongo. Para entender lo de usar caca de vaca (llamemos a las cosas por su nombre) para pintar murales hay que hacer un viaje al pasado, en concreto al siglo XVIII en la región sureste de Ruanda, su frontera con Tanzania. Allí habitaba el príncipe Kakira, hijo del rey Kimenyi de Gisaka (imagina más bien a una familia real cubierta con pieles de animales y collares con conchas y no tanto a la realeza europea de corona de oro y trajes de seda) y su poder radicaba, entre otras cosas, en el número de vacas que podían poseer, teniendo el estatus social que tenían. Las vacas, las africanas, de color marrón y enormes cuernos, no las de los prados asturianos, representan todavía hoy un recurso esencial para muchos pueblos de África: su leche y su sangre son una de las bases de muchos de su alimentación. De ahí que tener vacas significara ser más importante que el resto. Este príncipe, Kakira, fue un poco más allá y mezcló los excrementos con arcilla y ceniza para después crear formas geométricas con la masa. Cuando se secó, el resultado le gustó tanto que pasó la técnica a las mujeres del poblado, que desde entonces utilizaron la técnica para cubrir las paredes de las chozas y la pasaron de generación en generación, de ahí que haya llegado hasta nuestros días. Si tu casa está recubierta del arte del Imigongo significa que posees vacas y, por tanto, que eres poderoso en la sociedad. El Imigongo es en la actualidad un símbolo artístico del país que se exhibe en las calles, en las casas, en los edificios institucionales y en los hoteles con orgullo. Los colores se han mantenido además de sus formas geométricas y (sí, también) la manera de elaborar la mezcla de colores. Animarse a crear Imigongo puede ser una experiencia liberadora para los escrupulosos pero, si uno no es tan aventurado, decorar tu salón con una de sus piezas es suficiente para recordar una bella historia del pasado.
2 Comentarios
11/24/2020 05:06:49 am
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