Luis LÓPEZ GALÁN Microrrelato Cruzó el portal, dejó el pulgar en el aire—arriba, abajo, Espíritu, Santo— y trató de sosegarse: la respiración contenida entre dos costillas y luego todo fuera, un huracán por la boca. Le puso ahínco, pero nada --qué sé yo—, no hubo sosiego.
Salió y sus pies tuvieron vida propia, corre que te corre por la acera. Otra noche sin dormir --ya he perdido la cuenta— y ahora a pedir a limosna. Si se lo hubieran dicho hace tres meses… la letra del coche, la luz sin pagar, ¿y el bar? El bar, nada. Pasó por la puerta de la Carmen una vez y dos y tres. No se atrevía. Estarían comiendo, pensaba —¡qué bochorno, Señor mío! —, y no sabía ni qué decir. Que tenía las migas puestas, pero ni un triste huevo. Que se le había roto el pantalón al pequeño --ay, mis niños—, y eso que era el más nuevo. Se envalentonó porque no le quedaba otra y la tempestad se le subió a los ojos. Carmen abrió la puerta. Su frente, un acordeón. —Ay, Carmen, hija… —El bar cerrado, claro. Como todo. —A cal y canto. Ya no sé qué hacer, me lo van a quitar todo… Calló un momento. —Pasa, mujer, y coge lo que sea para tus niños. ¡Ah! Y una cosa te digo. Los ojos enormes. Los labios trémulos. —Levanta esa barbilla bien alto, que hay cosas que no nos va a quitar a nosotras nadie.
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Junio 2022
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